La gigante de Andres Lamas

Gigante pulmón verde que respira libre y diáfano en el medio de la Ciudad de Buenos Aires. Gigante por la inmensa amplitud de sus espacios, todos habitables y habitados libremente. La casa de Fer.
La casa tiene vida propia, sus muros y altos techos tienen vida propia. Toda clase de cosas que aquí habitan, aparecen y desaparecen constantemente.
Hay un desorden característico, propio de la vivencia y el disfrute de Ema y Laurita, encontrándose uno con innumerables juguetes, muñecos, zapatos de baile y hasta una carpa en medio del alto salón de juegos ubicado en el centro de la iluminación principal de la casa, extendiéndose el territorio cubierto de ellas, por casi todos los recovecos de la casa. Desorden que con el paso de los días y el hábito que relaja aquí, se va volviendo un orden. Un otro orden distinto, donde uno acepta e incorpora naturalmente las leyes que se imponen en la casa o que la misma casa impone.
Aquí las horas pasan tan desapercibidas que pareciera uno poder entregarse a la famosa “pérdida de tiempo” que aquí ni siquiera existe…
Jazmín y Jovi, los gatos que viven en este paraje, deambulan por doquier. Lentos, mansos. Largas siestas los sorprenden recostados en medio de las plantas de la galería cuando cae la tarde. Solo se los escucha a la hora de alimentarse, apenas con algún leve maullido apagado.
Todo aquí es tranquilo, cálido y fresco a la vez. Un maravilloso y añoso “árbol” de Jazmín regala el perfume de sus flores, perfume que se entrega a la brisa de verano, transportado por cada habitación, por cada rincón. Y el tin tin del llamador de Ángeles acompaña tal paseo perfumado.
Aquí me encuentro ahora, como si fuera un regalo del destino, respirando esta belleza que me rodea. En el intento de captar cada detalle, cada acto de amor que se sucede a cada instante…

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